31 ene 2010

Vamos a imaginar lo que pasa si admitimos que es el holocausto judío es mentira,

Aceptemos que fueron trasladados a Siberia y que todavía viven allí felices y contentos. Y ya puestos vamos a afirmar también que el ejercito yugoslavo comandado por Milosevic y Radkom Mladic nunca masacró a croatas y musulmanes sino que los deportaron a una región desconocida del mundo, por ejemplo al Serengueti o a alguna isla perdida del pacífico donde todavía viven, felices, de la pesca. Demos también por hecho que los hutus ruandeses no protagonizaron una de las mayores masacres del siglo XX, sino que se limitaron a pedir educadamente a los tutsis que se fueran, por ejemplo al Serengueti donde hoy día conviven con familias croatas y bosnios musulmanes.
Pongamos también por ejemplo que los terroristas islámicos no atacaron las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001, sino que fueron simplemente demolidas porque no se tenían en pie y todos aquellos miles de personas que se dijo que murieron fueron, de verdad, trasladados por sus empresas a un destino más soleado, por ejemplo al Serengueti, donde se dedican a organizar la vida de los refugiados croatas, musulmanes bosnios, tutsis y chinos indonesios que emigraron por voluntad propia para facilitar a su país la salida de la recesión de la que todos les culpaban, culpa que ellos mismos admitieron tener y de la que se sentían tan culpables que ellos mismos quemaron sus casas, protagonizaron suicidios en masa, etc., hasta decidir que ya era hora de irse de allí y dejar a los indonesios no chinos tranquilos.
La lista de atrocidades que podríamos negar es muy larga, la bomba atómica, las deportaciones a Siberia, los ejercitos de niños en Liberia y Sierra Leona, las matanzas de intelectuales durante las épocas de dictadura de Sudamérica, la destrucción de la cultura y etilo de vida de los tibetanos, etc. Dese luego que si negáramos todo eso el Serengueti estaría a parir. Al final nos quedaría la extraña sensación de que vivimos en un mundo perfecto, en el mejor de los mundos posibles, como decía Leibnitz, donde el problema no es que pasen cosas malas, porque en realidad no pasan, sino que hay demasiados quejicas.
Una vez llegados a esa conclusión, los pocos que se consideran optimistas, entre los cuales no me cuento, deberían tomar el poder de las naciones y decidir que hacer con los quejicas que tanto daño hacen bajando la moral de la población. NO me extrañaría nada, entonces que decidieran internarnos a los quejicas en campos de reeducación donde nos enseñaran lo que de verdad es sufrir para que, si saliésemos con vida, no volviésemos a quejarnos.

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