2 sept 2010

La raíz del mal




En cada acto de vandalismo, violación, asesinato, robo, abuso o apaleamiento hay una característica común. Algo que, tanto para los que nos podemos alejar emocionalmente de sus efectos como para los que no, es reconocible de inmediato.
Podemos ver el mal en ellos tan claramente como la luz del día en una mañana de verano.


Sobre cuál puede ser el origen de esos y muchos otros actos malvados se ha analizado, estudiado y discrepado mucho. Lo único que no se ha comentado, por lo terrible que puede ser considerarlo, es que detrás de un terrible acto de maldad, con consecuencias devastadoras, pueda haber algo tan banal como un simple error.
Eso es lo que quiero discutir aquí. Si no es posible que el error sea la raiz de todos los actos malvados, la banal raíz del mal. Me explico.
Cuando el asesino decide matar a alguien lo hace porque ha calculado los pros y los contras de su acción, evidentemente ha llegado a la conclusión de que ganan los pros. El error de su cálculo ha sido, considerar sólo su punto de vista, sin tener en cuenta el efecto en otras personas, podría aducirse que esto es debido a simple egoísmo y que esa es la raíz de ese acto malvado, pero lo que yo quiero decir es que el egoísmo no es la raíz del mal sino un factor que inclina a cometer errores de cálculo y que en el caso del asesinato, ese cálculo, puede estar justificado, como lo estuvo en su día cuando un grupo de generales nazis intentaron asesinar a Hitler. Es evidente que su muerte hubiese sido un gran alivio para la humanidad aunque hemos de tener en cuenta que la mayor parte de las razones que impulsaron a esos generales a intentar matar a su jefe eran egoístas.
El ladrón cree que robando va a conseguir salir de su pobreza, solucionar sus problemas económicos o obtener fácilmente lo que a otros nos cuesta trabajo conseguir. Las prisiones están llenas de personas que en muchos casos repetidamente, han pensado que eso era así y evidentemente se equivocaron.
Quizás el que la raíz del mal se encuentra en el error sea más evidente si consideramos los actos involuntarios con consecuencias nefastas, como el hacer un fuego en el monte para asarse unas salchichas y acabar asando brigadistas que asisten a aplacar el incendio que ese fuego provocó. Seguro que las familias de los muertos querrían ver castigado ese acto de imprudencia tan duramente como fuera legalmente posible. O el típico conductor que se cree un as del volante, un dechado de reflejos y experiencia en conducción que va a toda velocidad y no tiene tiempo para reaccionar cuando otro conductor lo ve a lo lejos y decide saltarse el stop porque seguro que le sobra tiempo para incorporarse a su carril. Cuando ambos hayan muerto triturados por un amasijo de hierros sus familias querrán saber en quién recae la mancha del mal, quién es el culpable, cuando cabría preguntarse qué error fue cometido y por quién.
El error es hasta tal punto el origen de la maldad que llega a ser cierto incluso en el nivel molecular de la vida. Si esto parece exagerado, consideremos el caso de una célula de un cuerpo cualquiera, en esa célula se produce, en un momento dado una división, en su núcleo los cromosomas se separan , son copiados y, en ese momento se produce un error en la copia de un gen que codifica una proteína de reparación de ADN. Tiempo después, en la siguiente división se produce un error en la copia de un gen que controla el ritmo de división de esa célula y, como no hay proteínas para repara este error la célula se empieza a dividir sin control, el cuerpo comete el error de no reconocer el cancer que se está formando y meses o años después esa persona agoniza en un hospital. Su familia, sus amigos pueden reconocer el mal en la enfermedad pero no la banalidad de su origen, un simple error.